Continúa el enigma de Alicia
Archivado en: Inéditos, cine, la Alicia de Tim Burton
Vi Alicia en el país de las maravillas (Clyde Geromini, Wilfred Jackson y Hamilton Luske, 1951) siendo un niño y me asustó. Tiempo después, ya experto en cierto placer que me callo, pero que sabrá adivinar el buen entendedor, al volver a visionarla bajo sus efectos, comprendí que aquélla era una cinta para alucinados, que no para niños. Entonces sí que me gustó. Ya en épocas más recientes he leído que Alicia... fue el fracaso, relativo pero fracaso al cabo, de cuantos largometrajes de animación produjo la Disney en vida de su fundador.
La Alicia... de Disney es una historia desubicada: asusta a los niños y a los alucinados no les interesan las amenidades del abuelito Walt. Diré más, incluso la Alicia de Lewis Carroll, la original, parece descolocada. En Técnicas de los grandes fotógrafos (Hermann Blume Ediciones, Madrid, 1983), uno de los libros que atesoro con más mimo, en el capítulo dedicado a Carroll -sabido es que fue tan buen fotógrafo como escritor- se muestra una copia a la albúmina de un retrato de Alicia Liddel vestida de vagabunda fechado en 1858.
En efecto, es la niña que habría de inspirar a esa otra Alicia que ya lleva siglo y medio corriendo sus fantásticas aventuras en el subsuelo. No reproduzco esa imagen porque aquí sólo consigno las realizadas por mí. Para eso es mi blog. Pero el gesto de la pequeña -ni siquiera es una adolescente- es tan elocuente que si esa fotografía fuera tomada hoy, Lewis Carroll tendría más problemas por pederasta de los que tuvo en su día, cuando repentinamente dejo de fotografiar a crías. Aunque se ve que Alicia es una pequeña, ni siquiera adolescente, mira a cámara con el desparpajo de una mujer que sabe que tiene al hombre a quien dirige su mirada hecho un pelele. Si el retrato es la suma de dos miradas: la de quien mira y la de quien es mirado, extraño -como poco- podría ser el cuento infantil resultante de lo atisbado en esta ocasión. La experiencia nos demuestra que ha sido así. Todo un enigma parece cernirse sobre Alicia desde su concepción.
Esperé con avidez que la Alicia de Tim Burton pusiera de una vez por todas las cosas en su sitio. Mas aquel cineasta que me entusiasmó en Ed Wood (1994), Sleepy Hollow (1999) o Big Fish (2002) ya no es quien fue. Ha querido, bien es cierto, ubicar definitivamente a la heroína de Carroll en cierta concreción. Pero ha recurrido para ello al clásico planteamiento, nudo y desenlace, convirtiendo el relato a la fantasía épica y a Alicia en una especie de hobbit. Tampoco es eso, hay que decir. Aunque la cinta se deja ver por sus apabullantes imágenes, Alicia no es Frodo Bolsón inmerso en la Guerra del Anillo. Si su experiencia bajo tierra es una oda a la imaginación, no admite el clásico planteamiento, nudo y desenlace. Hay momentos en los que Burton vuelve a dejarse llevar por algo tan simple como lo repugnante, al igual que ya hiciera en Sweeney Todd El barbero diabólico de la calle Fleet (2007). Verbigracia, cuando la Reina Blanca prepara su pócima. No tiene perdón poner a Anne Hathaway, la actriz que la encarna, a hacer todas esas porquerías. Así que el cinéfilo prefiere dirigir su mirada a los elegantes movimientos de las manos de Anne antes que atender a los asquerosos ingredientes del mejunje que prepara.
El enigma de Alicia, que probablemente se remonta a la enfermiza relación de Lewis Carroll con la niña que le inspiró, sigue abierto y Tim Burton parece estar en ese fatal camino que llevó a Ridley Scott de sus obras maestras -Los duelistas (1977), Alien, el octavo pasajero (1979), Blade Runner (1982)- a desatinos como Tormenta blanca (1996), La teniente O' Neil (1997) o Hanibal (2001). Esperemos que Burton vuelva donde solía y dejemos a Alicia con su misterio sin solución.
Publicado el 21 de mayo de 2010 a las 01:45.